La Gran Vía, para unos un gran acierto y para otros un error descomunal

Entre 150 y 200 edificios antiguos y con cierto valor histórico fueron destruidos para acometer este proyecto

La obra, auspiciada por la burguesía granadina, comenzó en agosto de 1895 y duró 30 años

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Varias personas atraviesan un passeo de peatones en Gran Vía.
Varias personas atraviesan un passeo de peatones en Gran Vía. / Jesús Jiménez / GPMedia

Granada/Para muchos la construcción de la Gran Vía fue una liberación y para otros un desastre. En aquellos tiempos había que buscar válvula de escape para los automóviles, que eran los reyes del mambo. Se embovedó el Darro, se empezaron a eliminar líneas tranvías y hacía falta una gran obra que consistiría en un ensanche que sirviera de salida de la ciudad. Pero para eso hacía falta derribar casas antiguas y expropiar terrenos. Hay quien ha hecho una lista de casas que tenían algún interés arquitectónico que fueron derribadas. Joaquín Bosque Maurell, por ejemplo, cuantifica en más de centenar y medio los edificios eclesiásticos y civiles de gran valor histórico y artístico desaparecidos, entre ellos la Casa de la Inquisición, la Casa de los Marqueses de Falces, el renacentista colegio de San Fernando y los conventos del Ángel Custodio y de Santa Paula. Ganivet la llamó la ‘epidemia del ensanche’. Hoy hay quien piensa que si no se hubiera embovedado el Darro y no se hubiera construido la Gran Vía, Granada sería la más bella ciudad medieval del mundo. Pero también hay muchas voces que decían que aquella reforma urbanística era necesaria para acoger a la burguesía granadina, la que tenía el parné. No se sabe si hicieron bien nuestros antepasados porque hoy en la Gran Vía todo son comercios franquiciados, sucursales de bancos y locales que se alquilan. Ya casi nadie vive en la Gran Vía. La gentrificación que había sufrido Granada la había convertido en otra. Pero el tiempo ha hecho que esta construcción esté dentro del ADN de Granada porque hoy no se puede concebir la ciudad sin ella.

La obra duró casi treinta años. Se puso la primera piedra el 25 de agosto de 1895. Un hombre clave en esta obra fue Juan López-Rubio Pérez, un farmacéutico onubense anclado a Granada desde que era joven. A él se debió la trascendental revolución agrícola de la vega granadina que supuso la creación de la moderna industria remolachera. En 1882 este hombre, junto con el doctor Juan Creus, levantó la primera fábrica de azúcar de remolacha de España porque ya preveía que íbamos a perder Cuba y su potente negocio azucarero. Juan López-Rubio fue, dicen los cronistas, el verdadero impulsor de la Gran Vía desde su cargo de gerente de La Reformadora Granadina, que era la sociedad creada para expresamente para la realización de tan ambiciosa obra. También era presidente de la Cámara de Comercio. Quería este prócer que Granada contara una avenida similar a los grandes bulevares franceses que encantaban a todo el mundo. López-Rubio sabía que iba a tener enfrente a los intelectuales que abogaban por el no derribo de edificios antiguos, pero la mayoría de los ciudadanos lo respaldaban. El 25 de agosto, a las cinco y media de la tarde nada menos, el arzobispo Moreno y Mazón dio simbólicamente los golpes que marcaban los trabajos de derribo y desescombro. Así lo dice Gabriel Pozo en el libro que tiene sobre la Gran Vía. “Nada impedía que la Reforma Granadina, la empresa que se constituyó al efecto para llevar a cabo tan gigantesco proyecto, empezara a demoler edificios sin piedad”, dice Pozo. Pero López-Rubio las tenía todas consigo. Consiguió que el Gobierno declarara de utilidad pública la obra. Finalmente, sería una avenida de 821 metros de longitud, por veinte de ancho. Para ello era necesario expropiar casi un 20 por ciento de lo que era la ciudad musulmana.

Poca oposición

Los intelectuales y los pocos que se oponían a la obra solo le quedaba el derecho al pataleo. Llenaron los periódicos de artículos expresando su malestar. Dice el cronista Juan Bustos que si bien se quitaron en la ciudad focos de infección y enmarañadas callejuelas, hubo artistas y escritores que alzaron su voz para decir que se había dañado gravemente el patrimonio urbano, destrozando uno de los barrios más pintorescos de la ciudad. Uno de esos artistas fue Torres Balbás que escribió lo que sigue en 1923, cuando las obras estaban ya casi acabadas: “La Gran Vía es hoy una fea calle moderna, sin perspectivas ni carácter alguno, fatigosa de andar, en la que tan sólo distrae la vista un erguido ciprés dejado en una de las aceras como recuerdo del convento de Santa Paula”. Ganivet decía que Granada, como ciudad antigua, debía de apostar por tener sus calles estrechas e irregulares por la necesidad de quebrar el exceso de sol y luz, “y sin embargo, la aspiración constante es tener calles rectas y anchas, porque así lo tienen otros”. Villaespesa, Francisco de Paula Valladar, Ricardo Villarreal y Melchor Fernández Almagro fueron también algunos intelectuales que alzaron la voz para que los ciudadanos valoraran si valía la pena destruir la quinta parte de la ciudad del siglo XIX para abrir una gran calle de más de 800 metros de longitud y 20 metros de altura.

Gran Vía a vista de pájaro en una imagen de archivo.
Gran Vía a vista de pájaro en una imagen de archivo. / Miguel Rodríguez / Archivo

Pero los granadinos sí estaban en general conformes a que se realizara el ambicioso proyecto. “Hubo realmente pocos ciudadanos que se opusieran a la fiebre reformadora que invadió la sociedad civil por entonces; solamente un puñado de propietarios que se negaron con todas sus fuerzas a ser expropiados por considerar que vivían bien donde estaban”, dice Gabriel Pozo.

López-Rubio estaba convencido de que aquella obra era esencial para la ciudad y luchó tenazmente para conseguirlo. En septiembre de 1903, el batallador hombre de empresa diría públicamente: “Ahí tenéis, granadinos, la calle que os legó en sus postrimerías un pobre farmacéutico”.

En un ensayo que escribió Manuel Martín Rodríguez sobre él se dice que López-Rubio fue un hombre bueno que tuvo una actuación abnegada durante la epidemia de cólera que sufrió Granada y de la que murió su esposa. Dice Martín Rodríguez que el farmacéutico tuvo el coraje de ocuparse de varias parroquias a las que acudía para atender a los que morían en el transcurso de apenas unas horas. Después de su muerte, la ciudad se olvidó de él y de sus grandes preocupaciones empresariales. La Sociedad de Amigos del País inició una colecta para construirle un monumento. Pero jamás se hizo. Para unos fue el visionario de una ciudad moderna y para otros el que destruyó la Granada antigua.

Eso no quiere decir que con el tiempo la calle cogiera la solera que marca el tiempo, que la convirtió en la avenida principal de Granada. En ella estuvo instalado el primer cine de la ciudad, el Lux Edder. También varios hoteles, Los Italianos, Almacenes La Paz o inmuebles como el Palacio de los Müller, el Instituto Padre Suárez, el Banco de Granada, la Escuela Normal de Magisterio y el edificio del Americano, que actualmente se está rehabilitando para ser un hotel de lujo.

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