
Postdata
Rafael Padilla
Tiempo de mediocres
Me comentaba, días atrás, mi querido amigo y colega Eduardo Castro; que es en su caso brillante escritor y periodista granadino y un singular intelectual español, por cuanto tiene la generosa capacidad y condición de sentir justa admiración por otros compatriotas meritorios y hasta sobresalientes, en sus respectivas profesiones y quehaceres, sin que la envidia llegue a horadar ni su corazón ni su entendimiento; que deberíamos, en su opinión, ir recuperando, a través de las instituciones culturales de Granada –y me citó el Centro Artístico como aula docente al caso– los perfiles biográficos de una serie de personalidades y figuras que han incidido, sin duda, en que la Granada que hoy vivimos y gozamos sea así, como es, gracias a su esfuerzo creativo, su dedicación y sus generosas acciones en los más diversos ámbitos de la vida ciudadana. Y que, por razones que, a lo peor, sería hasta conveniente no analizar en demasía, su memoria, su recuerdo ha sido injustamente –y quizás intencionadamente– apartado, olvidado y hasta sepultado bajo gruesas losas de desmemoria en las que no consta fecha, nombre ni retrato alguno que nos pueda evocar –a nosotros o a nuestros descendientes– noticia de su existencia real en algún momento.
A algunos de los amables lectores, les podrá parecer esta sugerencia, cuando menos, extraña o innecesaria, sin embargo, no debiera de ser así. La historia, esa historia cotidiana que mereciera ser conocida, íntima, cercana y veraz, no lo es en algunos casos y momentos en que, por convención social, por dejadez o descuido social o cualesquiera otras causas y sinrazones, ha propiciado que sobre los nombres de algunas personas haya caído la gruesa y tupida manta del olvido, quedando sus presencias relegadas a permanecer en esas estancias inconcretas que, sin ser cárceles, sí les han supuesto una pena de apartamiento y las letras de sus nombres han sido diluidas por el borrón del olvido.
Traer a colación, de nuevo, los nombres de esos olvidados, sería como establecer una cierta nómina de granadinos “de ida y vuelta”, que una vez estuvieron y de nuevo los habríamos de recuperar, aunque se tratase, en algunos casos, de verdaderos heterodoxos pues, al fin y al cabo. ¿Quiénes somos nosotros para erigirnos en jueces con sentencias tan crueles? ¿O no?
También te puede interesar
Postdata
Rafael Padilla
Tiempo de mediocres
Cajón de sastre
Francisco González García
¿Tú también, Cerdán?
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Responsabilidad política máxima
Gafas de cerca
Tacho Rufino
La conjura de los feos