Granadinos olvidados

11 de junio 2025 - 03:08

Me comentaba, días atrás, mi querido amigo y colega Eduardo Castro; que es en su caso brillante escritor y periodista granadino y un singular intelectual español, por cuanto tiene la generosa capacidad y condición de sentir justa admiración por otros compatriotas meritorios y hasta sobresalientes, en sus respectivas profesiones y quehaceres, sin que la envidia llegue a horadar ni su corazón ni su entendimiento; que deberíamos, en su opinión, ir recuperando, a través de las instituciones culturales de Granada –y me citó el Centro Artístico como aula docente al caso– los perfiles biográficos de una serie de personalidades y figuras que han incidido, sin duda, en que la Granada que hoy vivimos y gozamos sea así, como es, gracias a su esfuerzo creativo, su dedicación y sus generosas acciones en los más diversos ámbitos de la vida ciudadana. Y que, por razones que, a lo peor, sería hasta conveniente no analizar en demasía, su memoria, su recuerdo ha sido injustamente –y quizás intencionadamente– apartado, olvidado y hasta sepultado bajo gruesas losas de desmemoria en las que no consta fecha, nombre ni retrato alguno que nos pueda evocar –a nosotros o a nuestros descendientes– noticia de su existencia real en algún momento.

A algunos de los amables lectores, les podrá parecer esta sugerencia, cuando menos, extraña o innecesaria, sin embargo, no debiera de ser así. La historia, esa historia cotidiana que mereciera ser conocida, íntima, cercana y veraz, no lo es en algunos casos y momentos en que, por convención social, por dejadez o descuido social o cualesquiera otras causas y sinrazones, ha propiciado que sobre los nombres de algunas personas haya caído la gruesa y tupida manta del olvido, quedando sus presencias relegadas a permanecer en esas estancias inconcretas que, sin ser cárceles, sí les han supuesto una pena de apartamiento y las letras de sus nombres han sido diluidas por el borrón del olvido.

Traer a colación, de nuevo, los nombres de esos olvidados, sería como establecer una cierta nómina de granadinos “de ida y vuelta”, que una vez estuvieron y de nuevo los habríamos de recuperar, aunque se tratase, en algunos casos, de verdaderos heterodoxos pues, al fin y al cabo. ¿Quiénes somos nosotros para erigirnos en jueces con sentencias tan crueles? ¿O no?

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