Defensa del superhéroe

El superhéroe de las mil caras | Crítica

Lejos de quien asocia el cómic a la inmadurez, Enric Ros estudia el universo superheroico con todo el utillaje del rigor intelectual y sin renunciar a los referentes más sonoros del pensamiento actual.

La gran ruptura

Portada del número de ‘Action comics’ (junio de 1938) donde aparece por primera vez Superman, de Jerry Siegel y Joe Shuster.
Portada del número de ‘Action comics’ (junio de 1938) donde aparece por primera vez Superman, de Jerry Siegel y Joe Shuster.
Luis Manuel Ruiz

25 de mayo 2025 - 06:30

La ficha

El superhéroe de las mil caras. Enric Ros. Errata Naturae, 2025. 272 páginas, 22 euros.

Las páginas iniciales del ensayo de Enric Ros contienen una aclaración y una queja. La última: resulta muy lamentable que, aun cuando en medios culturales el cómic haya logrado una aceptación que lo eleva a Noveno Arte y hoy en día pueda competir en condiciones de igualdad con formatos de mayor lustre como la literatura o el cine, exista todavía una parte de él, el género de superhéroes, que siga enterrado en el fango de la subcultura. Sí: incluso los teóricos de la historieta, estos señores que ocupan cátedras y reúnen sínodos para hablar de Hergé y de Will Eisner y de Osamu Tezuka, contemplan con manifiesto desprecio esa variante de su arte vinculada a individuos travestidos de fantasía, enfrentados al mal en cualquiera de sus variantes, apesadumbrados por el recuerdo de padres, tíos o planetas muertos, mientras recorren en la noche ciudades erizadas de rascacielos. El cómic de superhéroes, los tebeos de superhéroes, siguen asociados a la inmadurez, la adolescencia, los granos y la incapacidad de medrar socialmente, incluso entre aquellos que se dedican profesionalmente a esta clase de asuntos, aquellos de los que, por ese mismo motivo, cabría esperar una mayor deferencia. Lo cual conduce a la aclaración: Enric Ros, en diametral desacuerdo con este estado de cosas, pretende tomárselos en serio. Su libro, nos advierte ya desde el prólogo, es un estudio del universo superheroico en sentido estricto, con todo el utillaje del rigor intelectual y sin renunciar a los referentes más sonoros del pensamiento actual.

Así, encontramos menciones frecuentes a Baudrillard y Deleuze y Foucault y Agustín Fernández Mallo, que conviven en las páginas con Stan Lee y Jack Kirby y el colorido elenco de criaturas que asociamos a ellos: Spiderman, Hulk, los Cuatro Fantásticos, más los primeros espadas de DC, Superman y Batman. En efecto, la lista de intelectuales que Ros convoca en defensa del género es pasmosa, e incluye también a literatos de la talla de Borges y Calvino, pero fundamentalmente se centra en un ámbito particular, el de los estudios de la mitología y el inconsciente colectivo. El propio título del libro nos advierte ya de hacia dónde apuntan sus simpatías: Joseph Campbell, que tanto en su inevitable El héroe de las mil caras como otras obras consagradas a la imaginería religiosa de la humanidad se dedicó a destejer la malla de las antiguas cosmogonías y los relatos de iniciación, nos contó ya que todos ellos, las cosmogonías y los relatos, se pueden reducir a una trama argumental que se reproduce hasta la saciedad en la mayoría de culturas conocidas. El héroe, viene a decir Campbell, es un pobre incauto que recibe una llamada para enfrentarse al mundo exterior, y que, al hacerlo, consigue imponerse tanto a las amenazas que le cercan en su entorno como a las que nacen de su propio interior: el viaje del héroe es, así, un periplo de aventuras exóticas en cuanto exige desplazarse a tierras remotas y oponerse a monstruos nunca vistos, pero es también, primero y sobre todo, un descenso a las catacumbas de uno mismo, donde hay monstruos y países mucho más peligrosos.

El autor liga a Marvel con los cantares de gesta y las epopeyas que se recitaban en las sociedades arcaicas

La posición fundamental de Ros es que la narrativa superheroica, principalmente la del papel pero ramificada luego en los marcos alternos del cine, la televisión o el videojuego, es una variante de la mitología que en nuestros días retoma los temas y las figuras atávicas que han nutrido las literaturas orales de todo el mundo, sagradas o no. Saqueando los arquetipos de Jung (otra parada obligatoria), estas historias nos hablan de hijos huérfanos, infancias traumáticas, enemigos formidables y largos caminos hacia la redención, en un universo de cuatricromía donde la tecnología se une a la mística e impera el código algo simplista de la lucha libre. El autor hace un buen trabajo a la hora de ligar los extensísimos ciclos de la casa Marvel con los cantares de gesta y las epopeyas que se recitaban en las sociedades arcaicas, al yuxtaponer la monstruosidad del increíble Hulk con la de Gregor Samsa, al relacionar la pasión por el disfraz de los justicieros con el uso de la máscara en los rituales de nuestros antepasados más remotos, y al entroncar, en fin, todo el orbe de los superhéroes, en todas sus manifestaciones, con otros productos anteriores y de mayor pedigrí con los que guarda un directo vínculo genético. El ensayo de Ros, que recomendamos sin reservas, se convierte así en una reivindicación del papel del superhéroe en nuestra cultura globalizada, en pie de igualdad con otros logros que, a pesar de su valor probablemente inferior, insisten en mirarlo por encima del hombro.

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