Odile Rodríguez de la Fuente: “El humano pierde sabiduría alejado de la naturaleza”

La bióloga y divulgadora científica Odile Rodríguez de la Fuente.
La bióloga y divulgadora científica Odile Rodríguez de la Fuente. / M. Á. González
Miguel Lasida

29 de mayo 2025 - 05:59

Al cumplir la edad con la que murió su padre, Odile Rodríguez de la Fuente (Madrid, 1973) repara en todo lo que le quedó por hacer al malogrado Félix. Su legado en la investigación, la comunicación y la difusión de una conciencia ecológica ha sido inmenso y ella es digna heredera. Es autora de los libros Félix. Un hombre en la tierra (Geoplaneta, 2021), La historia más fascinante del mundo. Historia de la Tierra comprimida en un reloj (Molino, 2024) y Somos naturaleza (Boldletters, 2025).

–¿Hace justicia el recuerdo que ha quedado de su padre?

–Desde el punto de vista popular sí, pero creo que no se ha destacado lo suficiente la dimensión profunda y humanista de su mensaje, que, dado el punto de inflexión al que estamos llegando, cobra hoy mayor relevancia que nunca. Si hubiese sido francés o inglés, creo que esos países habrían reconocido más y mejor haber contado con uno de los pioneros en provocar el despertar de la conciencia ecológica.

–Los investigadores destacan aún su legado como investigador de campo.

–Fue pionero en resucitar el arte de cetrería, que lo llevó a conocer y defender las aves de presa cuando apenas nadie lo hacía, y en los estudios sobre la etología del lobo, formando una pequeña manada.

–En el popular El hombre y la Tierra se retrata el planeta, los animales, pero apenas al hombre. ¿Por qué el título?

–El trabajo de mi padre giraba alrededor de la relación del humano con la naturaleza: cómo encajamos en el puzzle de la evolución y la biosfera, cómo hemos llegado a una relación tan destructiva con ella y si hay solución. Se preguntaba si somos así por naturaleza o es un aprendizaje cultural. Creo que sentía que el animal humano es más pleno cuando se reconcilia con su esencia palpitante. Su pasión era conducirnos a esa reconciliación.

–Miguel Delibes de Castro suele recordar que su padre lo enseñó sobre la naturaleza y que Félix lo enseñó a escribir, a narrar.

–Mi padre era un hombre de cultura oral. Su obra escrita está en realidad dictada. Necesitaba sentirte escuchado cuando hablaba. Los guiones de las series de televisión y radio eran improvisados. Repentizaba y hablaba sobre la marcha. Es asombroso que hiciera varios programas seguidos de radio, de media hora, hablando de temas complejos y sin un solo apunte. Tenía una memoria prodigiosa y era capaz de hilar una historia adecuándola al tiempo disponible.

–¿Nos hemos alejado de la naturaleza?

–A medida que nos vamos tecnologizando y urbanizando parece que nos separamos más de los ritmos naturales y de la brújula interior. El humano desnaturalizado no sólo es más propenso a enfermedades autoinmunes y alérgicas y a trastornos emocionales y metabólicos, por poner algunos ejemplos, sino que pierde sabiduría.

–¿A qué se refiere?

–Somos el resultado de una evolución en interacción con el entorno, animales sociales cazadores-recolectores. Nuestros sentidos, nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan ritmos de los que nos estamos hurtando y esto genera un profundo sentido de soledad, ansiedad y desarraigo. Sentirnos parte de la naturaleza nos brinda felicidad, perspectiva y equilibrio.

–Ha sido un año lluvioso y un amigo buscaba durante aquellos días las explicaciones de los “agoreros” del cambio climático.

–El clima es una ciencia compleja y fascinante, de las que más. Un cambio de pocos grados tiene diferentes consecuencias en distintas partes del globo. Aún tienen que publicarse estudios sobre los patrones atmosféricos de los últimos meses. Es más que probable que, como consecuencia del calentamiento global, el tren de borrascas que habitualmente afecta a países más al norte se haya desplazado al sur. Yo, a su amigo, lo alentaría a informarse y a que se dejara llevar por la curiosidad para indagar y asombrarse de la exquisita complejidad y del equilibrio del planeta.

–Se ha levantado la veda del lobo. ¿Qué se ha hecho mal?

–Uf. Es un tema complejo y frustrante, difícil de explicar. Diría que el problema reside en la idiotez humana de usar ideológicamente un tema que debería haberse tratado con los sectores implicados y con mucha mediación para llegar a acuerdos; de abajo a arriba, con criterios a nivel nacional y en función de la idiosincrasia de cada territorio; con datos y científicos y recomendaciones científicas, pero teniendo en cuenta que la conservación genera un conflicto que hay que aliviar; con apoyo de las administraciones, no sólo en compensaciones ágiles y justas sino fomentando medidas disuasorias.

–¿Y qué ha pasado?

–Se ha hecho todo al revés. Se han tomado decisiones de arriba abajo por razones ideológicas que muchos afectados han percibido como imposiciones a costa de su modo de vida. Las pasiones abundan en uno y otro lado. Falta generosidad, empatía y visión a largo plazo que coloque al lobo y a la ganadería extensiva en el centro.

–¿La conservación de humedales como Doñana es un lujo comparable a la conservación de museos como el Prado?

–Por supuesto que no. Un lujo es algo de lo que, llegado el caso, podríamos prescindir. La naturaleza, su biodiversidad y ecosistemas son los responsables de mantener y producir todos los servicios y recursos que necesitamos para vivir: el oxígeno que respiramos, el agua limpia, un clima estable, la fertilidad de la tierra...

–Porque el planeta funciona como un todo, ¿verdad?

–El planeta es un sistema vivo donde todas las partes están conectadas y contribuyen al equilibrio. Mi padre lo intuía y ahora, gracias a las tecnologías, empezamos a entenderlo. La vida conduce a más vida, es la responsable de que la Tierra se autorregule y tenga las condiciones idóneas para su proliferación. Afortunadamente estamos mudando una visión demasiado reduccionista y mecanicista de la vida, permitiéndonos atisbar que su complejidad y propiedades superan nuestra comprensión.

–¿Cuánto pesa el apellido?

–A mí me da alas, no sólo por la gran admiración que siento por mi padre y su trabajo sino por recibir el cariño y la gratitud de cientos de personas anónimas. Es un privilegio.

–A usted y a sus hermanas las conocemos los españoles desde que eran muy niñas, alimentando a varios lobeznos en casa. ¿Es su casa también un arca de Noé?

–Ojalá. En mi casa solamente tengo dos perros y dos niños y un jardín donde doy la bienvenida a todos los bichos que se pasen.

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